jueves, 25 de marzo de 2010

Un inesperado compañero de viaje.

 Este relato a sido sacado del blog al que tanto recurro (http://puebloaragones.blogspot.com/),  y que espero que no sea molestia ;).  Y parricularmente, este escrito me a emocionado, porque yo tambien e vivido situaciones asi, y no son casos aislados...
Nada mas.

Cuando nosotros llegamos, él estaba allí. Seguramente habría llegado a Cariñena para trabajar de temporero en época de vendimia.
Su rostro cansado reflejaba una personalidad tímida. Su cara, curtida por el trabajo, nos devolvía una mirada perdida. Se encontraba allí, sólo, perdido en una vacía estación rural, esperando al tren.
Una terrible sensación de angustia nos invadió cuando pudimos verle nítidamente. En su demacrado y moreno rostro no había alegría ni felicidad. Estaba condenado a la esclavitud.

De repente, rompió el silencio - ¿Cuánto cuesta ir a Zaragoza? - nos preguntó en un forzado castellano. - Cuatro euros más o menos - le respondimos. Alejó su mirada de nosotros y se miró la palma de la mano. Disimuladamente observamos lo que allí guardaba. Llevaba dinero: apenas dos euros. Pudimos ver como su rostro se apagaba aún más. No llevaba dinero suficiente para pagar el billete.


- Tranquilo, toma dos euros y así puedes pagarlo - le dije. Él, con su mejor sonrisa, acercándose un poco a aquella sensación, tan ajena a él, llamada felicidad, me contestó: - Muchas gracias... muchas gracias. - Pudimos observar un gesto de agradecimiento en su rostro, como quien quiere darte las gracias por algo y no sabe cómo hacerlo. - Tranquilo - le respondí.


Comprendí que no es que no quisiera agradecérmelo, sino que no podía; no tenía cómo hacerlo.
Mi compañera y yo, que también esperábamos al tren en la estación, nos quedamos desolados. - Qué más podemos hacer por este buen hombre- nos preguntábamos, en silencio, a través de desoladoras miradas.
En no mucho tiempo llegó el tren y rompió el silencio. Con retraso, como siempre. Me despedí de mi compañera y preté el botón que accionaba la puerta. Procedí a subir al tren. Él, con su cara de tristeza, subió detrás mío.


Pronto me dí cuenta que era la primera vez que se subía a ese tren. En el vagón que me senté yo, se sentó él. Al rato llegó el revisor a cobrarnos el billete.
Pagué el billete y se dirigió hacia él. Efectivamente, también lo pagó. Abandonó el revisor el vagón y volvió el silencio. Esta situación no duró mucho. Él, sentado enfrente mío, me miró, me dirigió una pequeña sonrisa: - Muchas gracias... muchas gracias - me insistió. - De nada, no te preocupes - le volví a repetir. Yo seguía consternado, la pena me inundaba por dentro. ¿Cómo puede estar permitido que haya gente que tenga que vivir así? Lo que más mal me supo es conocer la respuesta y los culpables.




Tras tres cuartos de hora de viaje, llegamos a Zaragoza. Me bajé en el apeadero del Portillo, él me siguió. Seguramente no sabía ni dónde había llegado.


Salí de la estación, como siempre, pero no pude olvidarme de él. Eché la vista atrás y lo observé: estaba desorientado, estaba perdido. Frené el paso y esperé en la puerta. Cuando él llegó le pregunté:


- ¿Adónde quieres ir? ¿quieres que te ayude?


En su reducido castellano me respondió:


- No, no hace falta... ¿por dónde Conde Aranda?
- Tienes que ir por allí - le señalé - ¿Ves el castillo? Coges esa calle y todo para abajo.
- Vale, vale... muchas gracias. Aunque me echaré a dormir en cualquier lado. Tengo una manta. Por aquí parece buen sitio.


Ya, destrozado, avergonzado por mi vida tan buena comparada con la de este pobre hombre, le dijé:


- Cualquier cosa que te apueda ayudar...
- No hace falta. Gracias. Ahora dormiré.


Entonces me fuí. Me arrepentí luego pero, ¿qué podía hacer? Estas situaciones las vives y mientras te suceden no piensas realmente. Luego te arrepientes, ¿qué podía haber hecho?


Un poco más adelante, volví a echar la vista atrás. Él, mi inesperado compañero de viaje, se hacía paso entre adolescentes borrachos (de "botellón") en los alrededores de la estación.


Observé como, al percatarse de ese ridículo panorama, al ver a esos deprimentes jóvenes emborrachándose, se detuvo. Agarró más fuertemente su perjudicada mochila y volvió sobre sus pasos. Se mantuvo indeciso durante unos momentos.


Antes de que yo pudiera ver nada, mis pasos me hicieron doblar la esquina y lo perdí de vista. No sabía qué hacer, seguí el ritmo que marcaban mis pasos.


Con dificultad lo quise observar desde mi ventana, pero no lo encontré. Me quedé de pie en mi habitación totalmente destrozado.


¿Qué podía haber hecho? ¿darle más dinero? ¿llevarle comida? ¿darle alojamiento? Muy complicado. Además esas cosas no las piensas en esos complicados momentos.


Decidí abandonar mi consternación y empecé a pensar qué hacer para que personas como él no tengan que vivir tan precariamente. Me prometí a mi mismo que lucharía incansablemente para derribar este inhumano sistema capitalista, el más destructivo de todos cuantos han existido. El caso que os relato no es aislado ni mucho menos.


Juré mi promesa y aquí sigo. Escribo su historia, la historia de una persona más... un chaval sin nombre; africano, supongo. Se merece que relate su vida, un cacho de esa dura vida que compartió conmigo.


A pesar de que no sé dónde estará ahora, se la dedico.


Todas las personas somos importantes.


Jota



Esta narración es una vivencia personal, totalmente real.
Escribo esta narración a raíz de diversos acontecimientos de índole xenófobo, racista y anti-inmigratorio que se han producido desde hace un tiempo hasta hoy. ¿Acaso los inmigrantes no son también personas? ¿no tienen derecho a una vida digna? No creo que ninguna persona sea capaz de arriesgar su vida, abandonar su familia, amigos y cultura por egoísmo y placer.
El racismo es una lacra que debemos eliminar. El racismo y el fascismo son una herramienta de la burguesía en situaciones de crisis económica para mantener su mercado (sus beneficios) y controlar a la clase trabajadora. El móvil de la xenofobia, el racismo y el fascismo es únicamente económico.


Los fascismos del s. XX (el alemán con Hitler, el italiano con Mussolini y el español con Franco) fueron una respuesta reaccionaria de la burguesía al avance del movimiento obrero y a las consecuencias de la crisis del 29.


Hoy, 81 años después, hemos de aprender de esas experiencias. No podemos permitir ni un paso más al fascismo. Su efectiva derrota debe ser revolucionaria.

Hemos de organizar al Pueblo Trabajador en torno al Partido Comunista, hemos de organizar al Pueblo Trabajador; camino hacia la revolución obrera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por publicar nuestra narración, compañero ;-)

Un saludo!

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